lunes, 13 de agosto de 2007

La libertad de las siestas.

Desde muy chico, recuerdo, que pasábamos algunas semanas de las vacaciones de verano, en el campo.
Todo era muy lindo, jugábamos, andábamos a caballo, nos mentíamos en el tanque australiano para nadar, etc...El problema comenzaba a la hora de la siesta; ya que todos (y en esto incluyo hasta los perros de la casa) se dedicaban a dormir la siesta.
Los mayores, nos decían que durante esas horas, debíamos quedarnos dentro de la casa, pues andaba rondando la iguana... y atrapaba a los niños que no estaban durmiendo la siesta.
Con mis hermanos, dejábamos hacer su trabajo a la imaginación, y cada uno contaba (en vos baja, como se suele hacer mientras se habla de historias misteriosas) como sería la iguana. En lo que nos poníamos de acuerdo, siempre, era en los colores. Oscura, marrón, con manchas amarillas... Por supuesto, comenzaba siempre siendo del tamaño de un sapo pequeño, para terminar midiendo varios metros, según se desarrollaba la charla.
Cierto día, en que volvía del galpón donde se guardan las herramientas, y siendo ya la hora de la siesta, cerca de la parrilla, me pareció percibir un movimiento.
Con la mayor de las cautelas me fui acercando... de pronto veo salir del hueco de un viejo paraíso que daba sombra a los asados, una enorme criatura que se deslizaba lánguidamente por la quietud de la tarde...
-¡Es la iguana! – pensé.
Al entrar a la casa, mi cara reflejaba algo, que mis hermano quisieron descubrir rápidamente.
- Ví a la iguana ...- les dije. Un silencio total nos invadió.
- Matémosla – dijo mi hermano. Así, de una vez por todas, vamos a poder salir a jugar a la hora de la siesta.
La idea de semejante crueldad nos angustiaba, pero era la única forma de lograr la libertad de las siestas...
Decididos, los dos varones fuimos a buscar la escopeta, que siempre, estaba detrás de la puerta de entrada.
Sigilosamente llegamos hasta la parrilla; y nos situamos de forma que nos quedara un buen ángulo de ataque.
No recuerdo bien, si era mi miedo, o el de mi hermano, lo que nos hacía temblar. Supongo que era el de ambos.
Después de un rato, vimos la iguana acercándose al hueco del árbol.
Me preparo, apunto y ...
Fue el sonido más potente que, hasta entonces, había escuchado. Restos de la iguana volando por el aire, sangre y olor a quemado.
Mientras miraba la cara de terror de mi hermano, veía la mía, reflejada en sus ojos.
Un segundo más tarde, toda la familia estaba alrededor nuestro, queriendo saber que había pasado...
Fue el último verano que, nosotros, los niños tuvimos que dormir la siesta.

9 comentarios:

Batsi dijo...

jajajajaja, que maluco. Lo que no puedo entender es como los adultos de tu casa dejaban un arma a disposición de los niños, o adolescentes. Es bastante peligroso.

Yo le tengo horror a todos los reptiles.

Un beso anónimo

elanonimosoy dijo...

Batsi, lo que cuento pasó hace más de 25 años. En esa época era bastante normal tener armas en el campo.
Ahora, las cosas han cambiado. Ya no hay armas... ni mis hijas me creen que anda merodeando una iguana. Y disfrutan de la libertad de las siestas !!

Batsi dijo...

Ajaaaa, o sea, que debes andar rondando los 40...

elanonimosoy dijo...

37 a dos meses de los 38. Y vos?

Batsi dijo...

Entre 30 y 40 :P

Anónimo dijo...

perdón la interrupción.

anónimo, vos...¿siempre usás un cañón para matar a un mosquito? Ja!
Es broma.

Evidentemente el miedo era tan grande.....
Y la inocencia también.
A ella (la inocencia) ¿también le diste un escopetazo?
(sigo con preguntas capsiosas, pero vos entenderás q es con "onda"!

saludossssss

elanonimosoy dijo...

Batsi: Y tu hija, que edad tiene?
Viste todo el amor que uno descubre cuando se convierte en padre/madre !

elanonimosoy dijo...

anónimo: una vez que estoy seguro de lo que tengo que hacer, sí.

Alguien dijo alguna vez, que si la pena no muere... se la mata.

los destinos del placer dijo...

ay! a este blog me lo agendo!